Mis entrenovelas empiezan todas igual. Ya escribí este libro varias veces. Desconfío de la novedad. Pero repetirme no me mortifica. En todo caso (como digo siempre en estos comienzos de entrenovela) la repetición me resulta estimulante.
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En una iteración reciente adopté una premisa higiénica. Escribiría un diario (o novela) oponiéndome a la tentación más común de la época: la pantalla del celular. Aún rescato cierta nobleza en la formulación de esa obrita. También cierta valentía. El motivo de esta premisa higiénica fue haber notado cierto deterioro cognitivo. Es cierto que soy hipocondríaco y que me hace falta poca evidencia para alcanzar conclusiones apresuradas (y también erróneas). Pero estaba convencido de la merma en mi capacidad de concentración. Sé que no estoy solo ante esta intuición. ¿Quién no piensa que el cerebro se le fríe de tanto mirar el teléfono? El libro se llamó Detox, no sé muy bien dónde quedó –o en qué se transformó– y su funcionamiento (que aún valoro) era el siguiente: ante cada impulso por revisar el teléfono (ese deseo estéril por estudiar imágenes ajenas y también enviar y responder mensajes) yo en cambio escribía unos renglones higiénicos –a mano, sobre papel, como antes, y también como ahora, en esta nueva versión– en mi cuaderno carísimo de tapas negras.
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Esos renglones, igual que estos, decían poco y nada: pura vanagloria de la artesanía. El librito no se publicó. Una editorial chica estuvo a punto de darle vida, pero la editora se echó atrás a último momento. No la juzgo. Era un proyecto arriesgado, que quizás cosecharía pocos lectores. Carecía de trama, personajes y resolución. Era muy poco atractivo en relación a lo que se vende hoy, como pan caliente, en las librerías. Yo, sin embargo, me obstiné en repetirlo. Su matriz compositiva aún me atrapa: defender de la distracción, del ocio estúpido de las redes sociales, de la divagación adictiva, de toda esa información puesta delante de mis dedos y que sólo podía causarme daño y costar dinero.
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Aclaro lo del dinero porque en otra versión de este mismo libro me propuse mantenerme ocupado escribiendo a mano para no comprar una lapicera de lujo. El funcionamiento, como puede verse, no era muy distinto al de Detox. Intentaba escribir un diario (o novela, o más bien “cosa intermedia”, por lo tanto el nombre “entrenovela” no me parece desatinado) para disuadirme de incurrir en un exabrupto, una compra innecesaria, si ya tenía plumas suficientes. La pluma en cuestión era una exquisita Pilot Custom 823, de punta fina, con barril ambarino. Esa entrenovela –un librito de muy agradable lectura– se llama La novela amarilla porque la escribí a mano sobre papel amarillo marca Office Depot. No sirvió de nada. Unos meses después de la escritura del libro, una noche de debilidad, entré a Amazon y me zampé la lapicera.