El café El Salvador, en la planta baja del Unicenter, ofrece la banda sonora perfecta para concentrarse. Este tipo de sonido ambiente –tan plácido, al volumen justo, sin aturdir ni desaparecer– es muy difícil de encontrar. Con muy poco esfuerzo imaginativo mi cerebro es capaz de convertir los pasos de la clientes, las voces de los compradores y el atareado rumor vocal en algo parecido al océano. El Salvador es mejor que la playa sin el incordio de las arenas intrusas. Esto me obliga a mencionar una imagen con la que me topo seguido. De camino a Santa María –la ciudad cordobesa donde vive mi hijo– en lo profundo de la tráquea de la ruta nueve, pasando Rosario, a veces en Funes, en Roldán, en Cañada de Gómez, pero también más allá, en Tortugas, Leones y Marcos Juárez, al atardecer, la hora de las revelaciones, la hora en que el alma pide respuestas y también (en días de suerte) las encuentra, las juventudes motorizadas salen de los pueblos a ver el mar. Sólo que el mar es la ruta vista desde los puentes. No sé de qué hablarán, pero no me cuesta imaginarlos. Son nada más que siluetas –la motito, el termo, la mochila, el abrazo– pero sé que incurren en ilusiones, que imaginan un futuro inmediato consagrado a la gratificación sensorial. No tienen mar, pero tampoco lo necesitan. La atlántica llanura los colma. No miran gaviotas, no miran las olas, no los conmueve el supuesto milagro de la espuma. Miran los camiones, los autos con viajeros solitarios como yo, las vacas rumbo a la muerte. Celebran el progreso industrial cuando, cada tanto, por debajo del puente pasa uno de esos camiones cargados con novedades automotrices. Si yo viviera en pueblo sin horizonte, haría lo mismo que estas jóvenes siluetas turgentes, iría al puente en mi moto con pulmonía a admirar los cielos nerviosos, el derrame de luz, la distancia. Leí que hacer foco en infinito descansa la vista. También estoy convencido de que sosiega el alma. Por motivos no muy distintos vengo al café El Salvador. Este rumor –lo oigo, lo gozo, lo gozo– de humanos anónimos suena tan marino, tan vacacional, me hace tan feliz.
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